Ya sabemos que vivimos en una sociedad de datos, de información y de conocimiento.
Lo que todavía nos cuesta mucho asimilar es que el motor de nuestra sociedad líquida, compleja e impredecible, es la colaboración.
Lo que todavía nos cuesta mucho asimilar es que el motor de nuestra sociedad líquida, compleja e impredecible, es la colaboración.
En el proceso de cambios acelerados y disruptivos que enfrenta la industria de las comunicaciones
-entre muchas otras- queda en evidencia la falta de flexibilidad y agilidad organizacional para adaptarse a los nuevos desafíos. Cambió la música y las estructuras corporativas -con musculatura rígida- tienen dificultades para seguir el ritmo.
-entre muchas otras- queda en evidencia la falta de flexibilidad y agilidad organizacional para adaptarse a los nuevos desafíos. Cambió la música y las estructuras corporativas -con musculatura rígida- tienen dificultades para seguir el ritmo.
Ejemplos para confirmar lo anterior, sobran. Desde Kodak hasta BlackBerry, pasando por Olivetti y Blockbuster.
Los observadores y analistas de las olas de cambios de las últimas tres décadas, coinciden en el diagnóstico y también en las recomendaciones. Incluso están de acuerdo en la denominación del nuevo fenómeno: transformación digital.
Así se comprobó en las ponencias del reciente Foro Económico Mundial, realizado en Davos, Suiza. El tema fue expuesto y validado por expertas como Ginni Rometty, presidenta de IBM, y por emprendedores exitosos como Jack Ma, el genial fundador y presidente de Alibaba, el gigante mundial de ventas por Internet. Para agregarle glamour, hasta Jane Fonda fue al Foro Mundial a exponer sus convicciones sobre la importancia de la innovación y de la imprescindible adaptación a los cambios.
Siguiendo la canción de Mercedes Sosa, todo cambia. Cambian las estrategias, cambian los diseños, cambian las estructuras, cambian los procesos, cambian las funciones, cambian las plataformas. Todo cambia.
Y cambia para todos.
Un ejemplo específico en el ámbito comunicacional es lo ocurrido con la función, el cargo y el perfil de los llamados "Community Managers". Se trata de un trabajo que tiene sus ancestros en la década de los años '90 y que tuvo sus años de gloria con el boom de las redes sociales, en la llamada web 2.0 que evolucionó, a la "web semántica" y que ahora salta a la web 4.0 -con nuevos modelos de interacción, que empieza a teñirse con colores y algoritmos de inteligencia artificial.
Ya no basta con la paciencia, el entusiasmo y la dedicación exclusiva de una persona para activar, atender y amplificar los alcances de mensajes y conversaciones online.
Con la vorágine, impacto y omnicanalidad de las redes sociales, hoy es insuficiente, ineficiente y poco sustentable, mantener un formato individualizado y concentrado en una sola persona, con todas las limitaciones que eso implica.
Las organizaciones, en todos los ámbitos, necesitan surfear bien las olas de cambios.
La ola variable y potente de las redes sociales nos obliga a mirar el entorno y mutar de los "Community Managers" a una gestión de redes online, en forma integrada y colaborativa.
De partida hay que integrar más a otro personaje -el Web Master- casi siempre confinado en las crípticas dependencias informáticas.
La gestión de redes online requiere una integración mucho más estrecha entre la publicación (en portales y sitios web corporativos) y la interacción cotidiana en plataformas como Facebook, Twitter, Instagram, Linkedin y otras.
El flujo incesante y creciente de mensajes y posts necesita contenedores para dar pausa y sentido a la corriente. Los ríos torrentosos requieren buenos embalses.
El primer paso para una nueva gestión organizacional de redes online, más colaborativa y más potenciada, es reconocer que la transformación digital -tan en boga hoy- en realidad es una transformación cultural-digital.
Y lo más importante, tener muy presente que la colaboración es el motor del siglo XXI.
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