domingo, 30 de agosto de 2020

¿Y si trabajáramos 4 horas diarias?

Antes de empezar a leer esta columna, por favor tener presente que es una propuesta que considera condiciones habilitantes básicas, lo que implica que no es apropiada para generalizaciones de ningún tipo ***

 


Ya se ha dicho, la pandemia Covid-19 produjo cambios radicales y disruptivos de entornos personales, familiares, sociales, educacionales, laborales, comerciales, económicos, turísticos, políticos, de entretención, locales, nacionales y globales.

Bien, entonces, en este nuevo escenario es posible enfrentar y asumir cambios de costumbres y hábitos que están  muy arraigados debido a la inercia social de muchas generaciones durante más de 200 años.

Es conveniente recordar que en el siglo XIX se trabajaba, al menos 10 horas y media diarias. Fue el británico Robert Owen  -padre del movimiento social cooperativo- quien acuñó  en 1817 el lema de «ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo, ocho horas de descanso».
Bueno, entre el 1817 y el 2020 han ocurrido suficientes hechos y avances para fundamentar que es hora de analizar y evaluar cambios radicales y disruptivos. Sin temor, gradualmente, con las debidas precauciones , con límites y con evidencias demostrables.

¿Por qué podríamos trabajar 4 horas diarias?

Porque la actual revolución 4.0  -que es la suma de la inteligencia artificial de los robots, con la inteligencia colectiva de los seres humanos, en todos los ámbitos de actividad de la sociedad- tiene como resultado una inteligencia aumentada o potenciada, que multiplica las capacidades de aprendizaje, de coordinación, de colaboración y de producción. 

Hay una nueva educación, una nueva economía, una nueva democracia. Todo digitalizado, colaborativo, conectado en una red global.
La nueva educación, especialmente la llamada "superior" no necesita grandes edificios, ni campus bonitos pero lejanos. Ya no es necesario cruzar una ciudad entera para ir a escuchar una charla en un auditorium con capacidad restringida, cuando tenemos Zoom que "nos trae" la charla hasta el hogar para ver todo -incluyendo las inevitables láminas Power Point- en primera fila y además con posibilidad de hacer preguntas que, en modo presencial a veces no nos atrevemos a hacer a los expositores.

La nueva modalidad de tele-trabajo, pulverizó las malas costumbres de reuniones de trabajo tradicionales en las organizaciones y empresas. Ya no es necesario perder tiempo tratando de conectar los notebooks a una pantalla, con ese cable HDMI que nunca está disponible, o esperando a las personas que pensaban que la reunión era en otra sala de otro piso.
Y por supuesto, ya no se pierden los primeros 10 minutos ofreciendo café y esperando que alguien consiga más sillas porque la sala era para seis personas y llegaron nueve invitados.

La mayoría de las reuniones online en que he participado en los últimos cinco meses duran la mitad del tiempo que duraban las viejas reuniones presenciales.
Evidencias sobran.  En lo personal he tenido la oportunidad, cada lunes en la tarde, de participar en una reunión de coordinación semanal de un proyecto realizado entre dos importantes empresas del rubro de comunicaciones en Chile, que duran entre 3 y 5 minutos, literalmente. Si te atrasas cinco minutos -como sería normal en el viejo mundo analógico-,  ya no queda nadie en el Zoom.

El cambio tecnológico informático-digital está en plena transición desde las herramientas de la época de la computación personal, a mediados de la década del 80, a la nueva computación colaborativa de hoy.
Es pasar del e-mail pasivo y acumulativo, a las plataformas de mensajes y conversaciones activas en red, como lo permite la aplicación Slack.
Es pasar de las agendas de trabajo  individual, a los tableros de coordinación y colaboración en red, como lo permite también la herramienta Trello.
Es pasar de los documentos archivados en los computadores personales, a las carpetas compartidas para acceso y actualización en red, como Google Drive u otras muchas similares.

Todo lo anterior aumenta la productividad, personal y en equipo.
Con los protocolos, hábitos y herramientas 4.0 se pueden lograr los mismos resultados, trabajando cuatros horas diarias, en vez de seguir con los procedimientos tradicionales en jornadas de ocho horas diarias.
Y todo esto sin considerar lo obvio, que son las largas horas que se desperdician en movilización para ir y volver a un lugar que hemos llamados oficinas, donde se supone que uno tiene que desplazarse para poder trabajar y producir.
 
¿Y qué hacemos con las otras 4 horas diarias que quedan disponibles?
Muy simple.

Primero, dedicar una hora diaria al desarrollo del talento personal creativo y productivo; eso que hasta ahora hemos llamado " capacitación". Hoy la palabra más adecuada es aprendizaje colaborativo y online permanente.  Es la práctica cotidiana de aprender directamente de plataformas online de los mejores centros de educación del mundo -muchos gratuitos- con otras personas, de distintos países del mundo,  que están aprendiendo sobre lo mismo, agregando otras visiones y formaciones que enriquecen la experiencia educativa.

Segundo, una hora adicional para dedicar más tiempo a la familia, hoy muy limitado y afectado por padres que pasan horas en "movilización laboral".

Tercero, dejar tiempo para actividades que se relacionan con la colaboración comunitaria para reforzar lazos de mejor convivencia en el barrio, la comuna, la ciudad.

Cuarto, sumado a las tres horas adicionales disponibles en una jornada diaria, un tiempo de participación en lo relacionado con la polis, el ejercicio de la ciudadanía en actividades relacionadas con una nueva democracia más directa y participativa, no solo representativa, como la conocemos actualmente.

Como conclusión, deberíamos atrevernos a innovar y poner en práctica posibilidades de cambio, con convicción y perseverancia, más que con anuncios o promesas.
Hoy en el mundo de las tecnologías digitales, disruptivas y exponenciales es posible dar este salto sin poner en riesgo los estados actuales de organización y gestión.

Es muy interesante leer a una nueva generación de urbanistas que proponen un diseño de organización y desplazamientos de lugares de trabajo intermedio -que no son los hogares ni oficinas- denominados "Hubs de Trabajo Colaborativo", similares a los espacios de co-working, que tienen toda la infraestructura física y tecnológica para un tele-trabajo eficiente.
Una condición relevante es que esos lugares no queden a más de  15 minutos del lugar de residencia de cada persona. Se evita así efectos como la congestión y contaminación, por que se puede llegar en bicicleta o medios de transporte similares.

En un mundo que se prepara para la instalación y adopción de la nueva tecnología de conectividad 5G, que es 10 veces más rápida que la conectividad actual en Internet, veremos muy pronto cambios que hoy nos parecen osados y hasta ingenuos.
Ya veremos...

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*** Las condiciones habilitantes para este cambio cultural son:
a) Personales, en cuanto a capacidad para autogestión del  tiempo
b) Familiares, en cuanto a condiciones de espacio físico y de tranquilidad para tele-trabajar en el hogar
c) Tecnológicas, en cuanto a equipamiento computacional y conectividad a Internet

jueves, 27 de agosto de 2020

¿Por qué Chile puede y debe transformarse en la capital de Inteligencia Artificial (IA) de Hispanoamérica?

Mario Boada
@mboada 

Nota.- Esta Columna se comparte como un segmento del trabajo colaborativo de un grupo de ciudadanos que decidió aportar ideas/propuestas/acciones para el desarrollo de la Política Nacional de Inteligencia Artificial (IA) en Chile. Lo que escribo a continuación es una mezcla de inspiraciones y aspiraciones personales, sumadas a titulares periodísticos ya publicados en la plataforma www.ia13.cl [inteligencia artificial al alcance de tod@s].
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Algunas respuestas -al título de la columna- en proceso de maduración… 

Porque tenemos la capacidad de talentos académicos y profesionales, más la oportunidad generada por la pandemia Covid-19, que pulverizó las seudo barreras y complejos atávicos entre países supuestamente "desarrollados" y naciones "subdesarrolladas". 

Porque en materia de inteligencia artificial, de inteligencia colectiva y de inteligencia emocional, Chile tiene -en su carta de presentación- nombres de estatura global que son credenciales suficientes para respaldar y validar la aparente osadía resumida en el título de esta columna. 

Hagamos un rápido recuerdo de chilen@s cuyos nombres son sinónimo de excelencia, o al menos, de obras distinguidas y premiadas. Protagonistas internacionales en las tecnologías de datos e inteligencia artificial, como César Hidalgo y Ricardo Baeza; activistas de la revolución educacional, como Claudio Naranjo; tótems de la poética, como Gabriela Mistral y Pablo Neruda; inspiradores y provocadores, como Humberto Maturana y Fernando Flores; artistas y pensadores culturales, como Violeta Parra y Gastón Soublette; mujeres que agitan la conciencia y el alma, como Patricia May; y muchos, muchos más. 

Si queremos ser la capital de IA de Hispanoamérica, tenemos algunas tareas. Si queremos creer que podemos hacerlo, tenemos que transformarnos, primero, a nivel personal, para luego opinar con propiedad y pedir cambios a otros. Si queremos hacer una re-evolución en el país, instalando una política nacional de inteligencia artificial, tenemos que abrir espacios en los dominios propios de los habitantes, de los ciudadanos, de los usuarios, de los consumidores, de los clientes. De la gente. 

Con el permiso, y tal vez el perdón, de los expertos, de los legisladores, de las autoridades, tenemos que decir que no tenemos tiempo ni necesidad de esperar grandes discusiones, ni tramitaciones en Comisiones. Si queremos -de verdad- salir de las trampas retóricas y de las eternas agendas con planes oficiales, tenemos que manifestar un declarado interés en transformaciones con evidencias observables y demostrables. Tal como ocurre cada día con la vorágine tecnológica que nos impone -sin mucha opción de negarse- crecientes ondas disruptivas con impacto y efectos exponenciales. 

En lenguaje tecnológico, el problema no es digital. No es de hardware ni de software. Es de "humanware".

Nos estamos saturando de webinars y de papers de disímil valor académico que no nos ayudan a entender lo que está pasando en este cambio de época, que se está pareciendo mucho a un renacimiento, pero con un estilo cyber. 

Vivimos una contradicción histórica, con una parte del cerebro todavía anclada en el siglo XX y la otra tratando de ajustarse al ecosistema digital del siglo XXI. Las crónicas de los últimos veinte años las empiezan a escribir robots, aprendiendo en forma automática y profunda, cada día más rápido y con mejores resultados. Lo anterior contrasta con un modelo ya decadente de "educación-hipódromo", donde cada área del "conocimiento superior" avanza por su propia pista, casi sin tocarse en sus rígidas y competitivas fronteras, ojalá operando en edificios muy separados. La educación que necesitamos es -todavía- un proyecto en curso.

En cuanto al entorno de normas y procedimientos, por ahora, nos seguimos atorando con leyes lentas, atrasadas e incompletas cuando los cuatro players tecnológicos dominantes de la industria y del mercado global online, de las apps, de las bases de datos y de las transacciones sin fronteras, imponen la ruta, el ritmo y los hábitos de miles de millones de seguidores, mal guiados por influencers que tienen influencia fugaz y de dudosa solidez.

Volvamos a la propuesta inicial. 
¿Cómo transformamos una aspiración en un logro? 

Podemos mirar lo que están haciendo otros ciudadanos, en otros países. Singapur, Finlandia, Nueva Zelanda.
También podemos buscar una fórmula chilena, basada en las experiencias activistas tan fundacionales como revolucionarias que todos estudiamos en el colegio para conocer a los patriotas que lucharon por el anhelo de una Patria libre.

Hoy podemos activar células o nodos de [aprendizaje-socialización-divulgación] usando las redes de interacción online , ampliamente disponibles para abarcar todos los territorios. Mientras se preparan, evalúan y construyen los capítulos de una Política Nacional de IA, bien podemos avanzar paso-a-paso, con los primeros 345 referentes ciudadanos distribuidos y dispuestos en cada una de las 345 comunas de Chile. Ya sabemos que, en general, los Alcaldes y sus equipos de terreno tienen una capacidad de respuesta más ágil, más focalizada y más efectiva, que las altas esferas del poder centralizado. 

¿Qué hacemos entonces, a partir de mañana?
Nos constituimos, nos comprometemos y actuamos. 
Diseñamos una estrategia y una táctica para ampliar y amplificar anillos ciudadanos de acciones cotidianas. Para que la inteligencia artificial, como disciplina y como política de Estado, deje de ser un tema de interés y preocupación elitista, deberíamos atarla a una crisis y a un desafío nacional. 

¿Cómo lo hacemos?
Podemos definir una primera bandera, o si prefieren, una invitación ciudadana que se pueda transformar rápido en un llamado a la acción, con un foco específico, concreto, claro. 
Luego agregamos al concepto complejo de Inteligencia Artificial, un atributo, una etiqueta semántica.... asociada a un elemento simple, fundamental, básico y necesario: #AguaParaTod@s 

¿Cómo así?
Hay una oportunidad para una vinculación relevante de la IA con la escasez hídrica que se vive en más de 100 comunas rurales; con la emergencia agrícola en las regiones Metropolitana, O'Higgins y Maule; además, con las zonas de catástrofe ya declaradas en dos regiones, Coquimbo y Valparaíso. Así puede nacer una sinergia colaborativa y comprometedora. Inteligencia artificial aplicada, con el fin de asegurar #AguaParaTod@s Algo que -en palabras del Gobierno de Chile- es una gran tarea y una gran meta. 

Se puede. Se necesita. Sería un legado para las nuevas generaciones.-
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