domingo, 17 de noviembre de 2019

Muros ciudadanos: mensajes del estallido social en Chile

El sábado 16 de noviembre, 2019, al mediodía, fui a caminar por el centro de Santiago. 

Lo que partió siendo una curiosidad periodística, que iba a terminar a la hora de almuerzo, se transformó en un impresionante recorrido por más de cuatro horas para leer y fotografiar mensajes ciudadanos. 
Esas pantallas murales, interminables durante decenas de cuadras, son -en  mi opinión- el mejor registro espontáneo, emocional, militante y simpatizante de la mayor crisis social en la historia de Chile.

Me detuve un rato largo en el punto focal de la llamada "zona cero", en lo que antes del 18 de octubre era el ingreso a la Estación Baquedano del Metro, en la Plaza Italia.





Leí con detención los mensajes en los muros de iglesias, de universidades, de museos, de empresas, de kioscos, en todas partes.

Caminé muy despacio por el medio de una casi vacía Alameda y muy rápido por la calle José Victorino Lastarria, donde seguía un fuerte efecto de las bombas lacrimógenas, lanzadas por Carabineros la noche anterior.



Conversé con vendedores ambulantes que en cada esquina ofrecían banderas chilenas y mapuches, pañoletas, agua mineral, cervezas y silbatos.

Ví  jóvenes -casi niños- a cara descubierta deteniendo buses del Transantiago, subirse y luego bajar con equipos extintores para activar los gases hacia el cielo, en acto de osadía.
Ví parejas con niños chicos y también con coches de guagua.
Ví pasar pocos autos, que se complicaban en las intersecciones de las calles con semáforos que no funcionaban.

Pasé por la esquina de Alameda con la calle Irene Morales para leer los mensajes que cubrían los muros de lo que alguna vez -en otros tiempos del país- fue la sede del Movimiento Patria y Libertad.

Leí con detención los cientos de rayados en el frontis de la Casa Central de la Universidad Católica. 







Al final de la caminata, una sorpresa y un momento de alegría y esperanza.
Quizás, un mensaje simbólico, sin rayados ni pinturas, ni ventanales quebrados.
La fachada de la tradicional y venerada Fuente Alemana, que en su puerta tenía un cartel simple: "Estamos atendiendo..."
Ahí me senté a escribir estas líneas.
Ahí mismo -en compañía de tres o cuatro clientes- conversé con una amable garzona que me dijo: "Gracias por venir".

Mientras descanso y disfruto un shop negro y un chacarero bien picante, se revuelven muchas ideas confusas.
Los chilenos tenemos mucho por hacer de aquí en adelante. Se requiere más humildad para escuchar, más compromiso para buscar nuevos caminos.

Se puede resumir en #UnNuevoPacto siempre y cuando el estallido social -más allá del impacto de la violencia, de los destrozos, de las pérdidas, de las  víctimas- nos irradie interiormente, primero a cada uno de nosotros, para que los acuerdos por la paz se traduzcan en una transformación personal, familiar, laboral, empresarial, política.

Es la élite de la sociedad chilena la llamada a dar testimonios con acciones. A demostrar que los privilegios de las minorías son un injusto castigo para las mayorías.

Bienvenida una nueva Constitución, con alegría por el cierre de una etapa larga de transición y de un modelo neoliberal que nos dio crecimiento económico y nos dejó una tremenda deuda para enfrentar un desarrollo con equidad y esperanza para  millones de compatriotas.

Termino estas líneas en la Fuente Alemana, despidiéndome de esa mujer de cara cansada -y algo triste-, con la convicción de que tengo que compartir esta experiencia sabatina que comenzó con curiosidad y termina impregnando la mente y el alma con esa pregunta recurrente e ineludible:
¿Qué nos pasó, Chile?
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